Acabamos de finalizar un periodo de campaña electoral. Como en ocasiones anteriores, observamos cómo las discusiones, tanto entre los propios políticos como entre sus votantes y partidarios, en ocasiones llegan a límites en los que se pierden las buenas formas.
Apasionarse en el diálogo no es necesariamente algo malo. Lo vemos en los profetas, incluyendo a Jesús, cuando denuncian las injusticias de su tiempo. También Pablo, en una ocasión, hablando de los judaizantes que obligabana los cristianos griegos a circuncidarse, expresa con dureza que “ojalá se mutilasen los que os perturban” (Gálatas 5:12), frase con la que, desde luego, debió de quedarse bastante a gusto. Sin embargo, en otro escrito del corpus paulino, encontramos un consejo a un joven Pastor que tiene que ver con mantener la compostura en las discusiones: “que con mansedumbre corrija a los que se oponen” (2ªTimoteo 2:25). Este un buen consejo, no solamente para quienes son Pastores o Ancianos de iglesias, sino que es bueno, en general. Si todos nos tratásemos con respeto y expresásemos nuestras distintas ideas con cuidado, el mundo sería un lugar mejor.
Jesús, en las Bienaventuranzas, (Mateo 5:5), relacionaba la mansedumbre con la herencia de la tierra. Sus palabras nos invitan a confiar en la eficacia de la mansedumbre, quizá a largo plazo, pero a apostar por ella con decisión. Y nuestra manera de comunicarnos no escapa a esa invitación. Ser dialogante, escuchar, buscar la comprensión del otro… no son cosas propias de personas sin carácter o fluctuantes en sus convicciones. Son virtudes eficaces y, hoy en día, rodeados de tanto insulto y altisonancia deberíamos buscarlas con ahínco, por nuestro propio bien, por el de otras personas, y por coherencia con la fe que profesamos.
Daniel Sánchez