Que la palabra de Dios viva en nosotros

Parábola del Sembrador

Algo que tiene en particular el cristianismo es su relación entre la Palabra de Dios y la vida. Pensemos, por ejemplo, en el relato de la creación de Génesis 1, en el que la realidad viva del mundo va naciendo de la Palabra de Dios. Él dice, y es hecho (Génesis 1:24). Un mensaje muy diferente del poema babilónico “Enuma Elish”, con el que claramente polemiza, y en el que el dios Marduk crea el mundo desmembrando el cadáver de otra diosa, Tiamat, a la que ha vencido.

Otro ejemplo muy claro de cómo la Palabra de Dios y la vida están relacionadas íntimamente es el oficio de profeta. Los profetas son los encargados de anunciar la Palabra de Dios, no simplemente para satisfacer la curiosidad de las gentes, y mucho menos para lanzar mensajes enigmáticos que solamente unos pocos entiendan, sino para que todos vivan de una manera correcta: “No quiero la muerte del que muere, dice el Señor, convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32)

Jesús mismo hizo referencia a esta relación en un bello texto poético, que es la parábola del sembrador (Lucas 8:4-15). La semilla que puede fructificar, llegar a crecer para convertirse en un ser vivo, una hermosa planta, es la Palabra de Dios. Se trata, además, de una especie de vida contagiosa, ya que una planta genera frutos, que, a su vez generarán otras plantas, otros
frutos, otra vida.

Me viene a la memoria la letra de un antiguo himno. ¡Oh cantádmelas otra vez, bellas palabras de vida! (…) Sí, de luz y vida son sostén y guía… que fue compuesto en el Siglo XIX. Y es que la experiencia de encontrar la Vida en la Palabra de Dios siempre ha sido central para el cristianismo. El mismo Jesús, quien es la Palabra hecha carne (Juan 1:14), es, también el Pan de Vida (Juan 6:35).

El deseo que expresa Pablo a los Colosenses, “que la Palabra de Dios viva en abundancia en vosotros” (Colosenses 3:16) va mucho más allá de un ánimo al estudio bíblico (que es necesario) al canto religioso (que es bueno) o incluso a la oración, y nada tiene que ver con el empleo de un lenguaje rebuscado que imite la bella traducción Reina-Valera. Se trata de un anhelo arraigado en la idea de que Jesús, la Palabra de Dios, es capaz de crear vida en nosotros. Una vida profética, ejemplar, fructífera, contagiosa, auténtica y eterna. Ojalá que cada día preparemos nuestra tierra para que caiga y eche buenas raíces.

Daniel Sanchez Palmero