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El año que viene, si El Señor lo permite, celebraremos el 500 aniversario de la Reforma Protestante del siglo XVI Hoy también quiero hacer una breve semblanza de uno de nuestros mas ilustres protestantes. Cuando abrimos nuestras Biblias para disfrutar y conocer la Palabra de El Señor, son muy pocos los que se han detenido a leer una pequeña inscripción anterior al índice o lista de libros, que componen la escritura divinamente inspirada. La frase dice: “Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera (1602) Nos referimos, naturalmente, a la Biblia en español que usamos los evangélicos, en general, en todo el mundo.

La mayoría de las personas solemos quejarnos de todo lo que nos acontece y no nos gusta. Ya, el pueblo de Israel lo hizo cuando acababan de ser liberados de la esclavitud que sufrían en Egipto y tenían que haberse mostrado agradecidos porque Dios los libró por medio de su siervo Moisés. Sin embargo, los israelitas murmuraban contra Moisés y su hermano Aarón añorando los tiempos de la esclavitud. Pero en lugar de ello empezaron a quejarse a Moisés y a Aarón: “…y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por la mano de Jehová en la tierra de Egipto…,” Éxodo 16:3.

Hay personas que hablan sin cesar, no importa qué, el caso es hablar y hablar. Hay otras, sin embargo, que son parcas a la hora de expresarse. Tanto las unas como las otras, pueden edificar o destruir cuando hablan. Proverbios nos dice, que las palabras pronunciadas por algunas personas, son como golpes de espada, son hirientes llegando a rozar la calumnia y la difamación. Golpes de espada dice este versículo y lógicamente eso produce heridas profundas que tardan tiempo en cicatrizar. Sin embargo, la segunda parte de éste versículo expresa lo contrario. Este versículo nos muestra la realidad de la vida, personas que hablan y en su hablar, unas edifican, palabras sanadoras y otras destruyen, palabras que hieren.

La sociedad occidental se caracteriza por su preocupación por los resultados, los cuáles mide en términos objetivos de cantidad y calidad, de eficacia y de éxito. Y a veces los cristianos aplicamos estos mismos criterios a nuestra evaluación de la vida, los ministerios y la misión global de la Iglesia.