ANA BRAVO
Quiero recordar en esta reflexión el pasaje de Lucas 7:36-50.
En este pasaje se describe la escena en que Jesús es invitado por Simón el fariseo a su casa, y una mujer limpiaba sus pies con lágrimas y su cabello, y le ungía con perfume. Simón juzgó en su pensamiento a Jesús y a la mujer, por la condición de pecadora de ella, pensando que Jesús lo ignoraba. Después del ejemplo que Jesús expone a Simón sobre dos deudores y la pregunta que le hace sobre ello, le hace ver cuál es la atención y el amor que ella le ha mostrado frente a él, que no le ha atendido como se debe con un invitado. Concluyendo que a quien mucho se le perdona, mucho ama, pero a quien se le perdona poco, poco ama.
Tenía anotado este pasaje para compartirlo algún día y, casualmente, hoy he escuchado un mensaje que lo mencionaba, y hablaba de las personas rotas.
Es importante no olvidar que todos somos personas rotas, en mayor o menor medida, y cuando sentimos la gracia de Cristo en nuestras vidas rotas nos derramamos delante de él, y no hay palabras para expresar el agradecimiento y amor que deseamos devolverle. Y sí, es bueno recordar que es la gracia y el amor de Dios lo que nos mantiene levantados, y no nuestras obras y nuestra moralidad, porque corremos el riesgo muchas veces como cristianos de caer en el error de Simón el fariseo, diciendo «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es…. porque ES PECADORA». O como el fariseo que oraba en el templo comparándose con el publicano, dando gracias porque se consideraba mejor que él, mientras el publicano se golpeaba el pecho en señal de la culpa que cargaba, pidiendo perdón.
Antes de descargar nuestra moralidad «cristiana» sobre las personas rotas, que tal vez lleven una carga enorme y no saben cómo ni dónde está su camino, hemos de ver cómo ayudarlas, y acogerlas para que vean el amor de Cristo y ese amor las pueda renovar y sanar desde dentro para cambiar después todo lo que está fuera. A quien mucho se le perdona, mucho ama, y Jesús es el ejemplo de ese amor, que buscaba sanar, que buscaba perdonar, que veía más allá de las apariencias que nosotros vemos.
Ese amor de Cristo es el mismo que nos tiene que seguir renovando a nosotros los cristianos cada día, para que no caigamos en la justicia sin amor, porque entonces, ¿cómo trataremos a un hermano nuestro que se ha caído y siente culpa y arrepentimiento? ¿Le ayudaremos a levantarse o le señalaremos con el dedo acusador para hundirle más en la vergüenza que ya siente?
A veces, desde la experiencia de ser una persona rota, desde el dolor o las decepciones con uno mismo, es como Dios nos usa para llegar a otros, pues como humanos nos caemos, pero la gracia y el amor de Dios es infinitamente superior para levantarnos y darnos una identidad, que nada tiene que ver con la que te dé el mundo, sino con la que da Cristo, que cubre todo lo feo y vergonzoso que tú ves y lo transforma en lo hermoso que Él ve.