TODO TIENE SU TIEMPO
En estos días atrás visité el cementerio por el aniversario de la muerte de mi hijo. Un momento difícil que trae muchos recuerdos. Recuerdos… Estando allí leía las inscripciones de los nichos. Por doquier decía «tu familia, tus seres queridos no te olvidamos, no te olvidan, no te olvidan…» ¿quiénes no te olvidan, 2, 3, 4 generaciones quizá? Me acordaba de ese Salmo «Oh Jehová, ¿qué es el hombre, para que en él pienses, O el hijo de hombre, para que lo estimes? El hombre es semejante a la vanidad; Sus días son como la sombra que pasa.»
Salmos 144:3-4.
Me invadió un sentimiento de tristeza y de esperanza a la vez. Veía reflejado allí el dolor de la separación inevitable, pero yo sentía que era un» hasta luego» muy doloroso, sí, que requería llenarse de paciencia y de confianza en Dios, pero es un «hasta luego» no un «adiós». Como dice Eclesiastés, «Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin que este alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin.»Pero, ¿cuántas de aquellas personas que ponían esas inscripciones lo sabrían? ¿Cuántas vivirían con esperanza y cuántas habrían dejado su esperanza allí?
Comprendí que no importa cuán efímera sea nuestra vida si con ella podemos reflejar el amor de Dios. Comprendí qué cuando decimos que Dios tiene un propósito para nuestras vidas es precisamente que aprovechemos esos pocos años que vivimos aquí para darle a conocer a quienes viven sin esperanza y que ellos le puedan encontrar también. No porque seamos grandes evangelizadores, sino porque nuestras vidas estén rendidas a Dios y eso sea palpable y trascienda a los demás. Que esa paz que Él nos da se pueda transmitir. Para que podamos decir «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?»
Con Cristo somos más que vencedores, pero otros también merecen saberlo, no perdamos la ocasión de que lo sepan. Todo tiene su tiempo, y este es nuestro tiempo. Dios lo ha limitado para que lo aprovechemos, no para que lo perdamos.
Para nosotros aquí no quedará memoria, el tiempo que aquí nos marca todo se lo lleva, pero para Dios no hay tiempo, nuestro mañana es su ayer, lo que ha de ser ya fue hecho, y Dios enjugará toda lágrima, porque Él sí tiene memoria, Él no se olvida de sus hijos, por eso se hizo carne para visitarnos y darnos vida por la eternidad.
No dejemos que las tristezas de la vida nos dominen. Llevemos esperanza allá donde vayamos.
«Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero» Ap. 19:9
Ana Bravo