ANA BRAVO
Nuestra fe con mansedumbre.
«Si no santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros;
1 Pedro 3:15»
Me gustaría reflexionar sobre este versículo, que viene a mi mente muchas veces, y me repito para que no se me olvide.
A mí me gusta buscar, leer, escuchar, aprender sobre diferentes temas de la Biblia, o que podemos abordar para preguntarnos qué nos enseña la Biblia o cuál sería la perspectiva cristiana sobre ello. Lo que normalmente llamamos apologética, buscar respuestas, argumentos en este sentido.
Es un tema que me interesa mucho por aprendizaje y crecimiento personal como también por encontrar respuestas cuando me hagan preguntas sobre mi fe. Y este es el punto donde yo quería llegar, cuál es mi actitud cuando me hacen preguntas o me dan opiniones o argumentos sobre la fe en Dios.
A veces estamos tan ocupados buscando la argumentación o respuesta correcta que perdemos de vista a la persona con la que hablamos, y nos ponemos a la defensiva, poniendo más importancia en conseguir argumentar y «convencer» que en transmitir. Es como si la persona que está enfrente fuera un adversario en cierto modo.
A mí me ha pasado hablando con personas de otras religiones, o ateas. ¿Por qué nos da tanto miedo sentir que no siempre tenemos todas las respuestas?
Este versículo nos enseña que la humildad y mansedumbre es la mejor manera de compartir nuestra fe. No lo sabemos todo, no tenemos todas las respuestas para preguntas, que a veces son muy complejas, pero no tenemos una fe ciega. Está fundamentada en Cristo y hay razones sólidas para creer en su resurrección y que es quien dijo ser, el Hijo de Dios y Dios mismo, por cuanto él y el Padre uno son.
Evidentemente, la palabra de Dios nos dice que escudriñemos las escrituras, porque así comprenderemos mejor la relación que hay entre todo lo escrito desde el principio del Antiguo Testamento hasta el final del Nuevo Testamento, y entenderemos también ciertos conceptos que cuesta ver de forma parcial.
Es importante el conocimiento para tener una mayor base en la que encontrar nuestras respuestas, pero no nos olvidemos de nuestra actitud al darlas, ni de la persona a la que se las damos. Una buena argumentación puede quedar velada por una actitud hostil o cerrada, que no transmite la imagen de lo que uno defiende, y al final se queda en palabras que no calan ni hacen reflexionar. Cuando nos falta humildad no permitimos que Dios nos use para llegar a otra persona, y Él es el que convence no nosotros.
No todas las personas necesitan el mismo tipo de respuesta. Por eso tenemos que observar con quién hablamos para encontrar la mejor manera de responder. En eso Pablo era muy inteligente cuando se dirigía a según qué público.
Jesús era experto en hablar de la forma adecuada según la persona a la que se dirigiera. Hace poco escuché un ejemplo que hablaba de esto, y es la respuesta distinta dada por Jesús a Marta y a María cuando cada una llegó a decirle que su hermano Lázaro no habría muerto si él hubiera estado allí. Marta dijo también que sabía que todo lo que Jesús pidiera a Dios se lo daría, y que sabía que su hermano resucitaría en la resurrección final. Ella requería una respuesta más intelectual, práctica, como era ella, y Jesús le dijo «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Si embargo, María llegó llorando a hablarle sobre la muerte de su hermano y Jesús se conmovió y lloró. Requería una respuesta emocional.
Observar a la persona con la que hablamos ayuda a buscar la respuesta más adecuada para ella, aunque no siempre conozcamos bien a esa persona.
Cuando prevalece el respeto y la humildad, no sobresalimos para quedar por encima pero sí para reflejar lo que Cristo ha cambiado en nuestras vidas, y eso habla más que nuestras palabras.