¿Y qué de tu hermano?

“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró con agrado a Abel y su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (Génesis 4:3-5a).

“Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Nos gusta presumir y lucirnos delante de los demás. Y es que vivimos en un mundo donde lo que prima es “el yo”: soy yo, sólo yo y después yo. Las personas egocéntricas suelen tener un carácter muy altivo, arrogante y derrochan soberbia por donde pasan. Y, como dice este refrán, presumen y se regodean de ciertas habilidades y conocimientos de los que en realidad apenas saben nada. Y aunque haya gente al lado más preparada y con más valía que ellos, nunca se lo reconocerán. No sólo no lo reconocerán, sino que tratarán de echar por tierra su creatividad y bien hacer, porque tienen miedo a que les hagan sombra. Aún sabiendo que tienen más preparación y dones, y que desarrollan su trabajo con gran dedicación y excelencia, tratan de minusvalorarlos y afear su trabajo con cierta malicia, hablando muchas veces con cierto desprecio y medias verdades, intentando desprestigiar su labor y así poder destacar ellos. Su engreimiento les hace presumir y enorgullecerse de su trabajo, intentado derribar a quienes creen que les pueden quitar méritos. En el fondo de su corazón saben que ese trabajo del que tanto presumen es bastante mediocre en comparación con el de esas otras personas que cumplen con su trabajo con excelencia. En Jeremías 17:9 nos dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?“

Leyendo la historia de Caín y Abel en Génesis 4 pensé en este refrán y en estas personas presuntuosas que sólo buscan su lucimiento en compensación por lo que no tienen. En esta historia, vemos a Caín con un carácter muy prepotente y engreído; es el mayor, y eso le hace creer que está por encima de su hermano en todos los sentidos. Caín trajo una ofrenda al Señor, se nos dice que del fruto de la tierra, porque era labrador. Hasta aquí todo normal. Luego hace lo mismo su hermano Abel y el relato cambia porque nos dice que trajo de los primogénitos de sus ovejas, de los más gordos. Se tomó su tiempo escogiendo bien lo que ofrecía. La diferencia entre un hermano y otro está en que uno tenía un corazón sensible y agradecido, mientras el otro se creía sobrado de todo porque era él y se creía con todos los privilegios. Los dos hermanos llevaron una ofrenda a Jehová; una le agradó, la de Abel, y la otra no, la de Caín, quien tuvo una reacción tremenda enfureciéndose y cambiando su rostro con desasosiego. Estuvo dándole vueltas al asunto y tomó una decisión terrible: decidió matar a su hermano, quien le hacía sombra. No soportó que su hermano actuara con un corazón genuino y más excelencia en su ofrenda que él. Cuántas veces decae nuestro semblante y matamos simbólicamente a hermanos nuestros porque se les reconoce su trabajo y no el nuestro. Y es que nuestro ego está siempre presente en nosotros. Nos creemos los mejores aún a sabiendas de nuestras carencias y presumimos incluso de saber de lo que desconocemos. Nuestros hechos están delante del Señor, y él ve lo que hay dentro de nuestro corazón; por mucho que queramos presumir ante los demás, de nada servirá delante de él. Nos conoce mejor que nosotros mismos, porque es él quien formó nuestro ser. Nos dice el Salmo 139:16: “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”. Sin duda alguna sabe cómo somos, porque fue él quien nos creó y está atento a nuestras obras. Nos dice el Salmo 33:15: “El formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras”.

Que el Señor nos ayude a ser sinceros y sin doblez alguna ante los demás y, si es necesario, menguar para que pueda crecer el otro. Juan 3:30 nos dice: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”.

Josefina M.

20 de julio 2025