Tú eres aquel hombre

El Rey David

Cuando el profeta Natán se acercó a recriminar a David su pecado con todo aquel asunto de Betsabé y Urías, lo hizo utilizando un cuento. Es curiosa la manera en la que la Palabra de Dios llegó a David, el profeta no le expuso directamente su error, sino que le propuso un ejercicio para que de su propia boca saliera un juicio “vive el Señor que el que tal hizo es digno de muerte” (2ºSamuel 12:5).

Leyendo el pasaje, podemos admirarnos de la terrible falta de remordimientos que encontramos en David hasta ese momento. Pero el rey se comporta como es normal, va a la guerra como hacen todos los reyes en cierta época del año (2ºSamuel 11:1), toma a la mujer que le apetece, sin permiso de nadie, y organiza su ejército como le da la gana. Todo ello entre las cómodas paredes de su palacio. Como decimos, nada de particular, es una manera común de actuar para un monarca absoluto como eran los de la época. Lo contrario hubiera podido interpretarse como una debilidad: “¿No eres tú el rey para que hagas lo que te dé la gana?” le viene a decir la fenicia Jezabel, unos años más tarde al rey Acab (2ºReyes 21:6). Quizá de ahí la falta de remordimientos de David.

Es relativamente fácil anestesiar la propia conciencia a base de egocentrismo, y mucho más cuando la vida nos ofrece ciertos privilegios que nosotros, sin más, acabamos considerando derechos. No es tan raro encontrar justificaciones para creernos mejores que otro, porque ese otro es menos inteligente, tiene otro color de piel, peor posición económica, o sencillamente la vida le ha dado una mala baza… Lo vemos continuamente. Ante eso, resuena con fuerza la voz del profeta: tú eres aquel hombre, no valen excusas. Solamente dejando de mirar nuestro ombligo, levantando la mirada hacia el dolor de los demás, podremos comprender nuestra propia situación. Que Dios nos guarde de caer en el ensimismamiento. Que el Dios que no se ensimismó en su grandeza, sino que se encarnó en Jesús, nos aliente con su ejemplo para que podamos lanzarnos a su justicia, a corazón abierto, y con las manos dispuestas.

Daniel Sanchez