¡Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Se necesita tan poco espacio para acostar a un bebé, sin embargo, el mundo negó a Jesús ese espacio. El Creador del universo, entrando en los límites del espacio y el tiempo, fue acostado en un pesebre, un comedero para el ganado.
Para recostar una cabeza cansada también se necesita muy poco espacio. Incluso las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tenía dónde reclinar su cabeza.
Para morir, el más pobre tiene una cama. A Jesús le dieron una cruz. Esta fue la horrible e infame tortura infligida al único hombre justo.
¿Hemos comprendido por qué, o más bien por quién, el Hijo de Dios vino a este mundo y se humilló de esa manera? Lo hizo por amor a ti y a mí.
¿Y qué nos pide a cambio? Nada, excepto nuestra confianza. Si se nos pidiera mucho a cambio de la salvación, Dios no sería justo, y los débiles y discapacitados serían descartados.
Si se exigiera dinero, los pobres no tendrían nada que dar. Si el requisito fuera la inteligencia o el conocimiento, los menos dotados quedarían excluidos. Lo poco que se nos pide es: admitir que estamos perdidos, aceptar a Jesús como nuestro Salvador, confiarle la dirección de nuestra vida. Eso está al alcance de todos, ¿por qué no se decide ahora mismo?
“¿Menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).
Jacqueline G.
Domingo 19 de octubre 2025