Esta es la pregunta con que Pablo interroga a los gálatas (3:1) acerca de su desvío hacia las tesis judaizantes, contra el cual lucha en toda la carta. A primera vista, Pablo quiere saber quiénes habían convencido a los creyentes de Galacia para que, apartándose del evangelio que él les había predicado, siguieran un evangelio diferente, un evangelio trufado de normas mosaicas (1:6; 4:9-11). No sabemos si los que se apartaron eran cristianos de procedencia judía o gentil. Puede que hubiera de ambos, no importa, porque lo decisivo es que estos propagandistas consiguieron generar un movimiento muy potente. De no haber sido así, Pablo no los hubiera calificado de insensatos (3:1). Y tampoco hubieran conseguido que Pedro, después de la revelación en casa de Cornelio, se aviniera a comer con los judíos por guardar las apariencias, actitud que Pablo le recriminó (2:11-14).
Sabemos que Pablo recibía información de primera mano de lo que ocurría en las iglesias que él había fundado. Y las de Galacia no eran una excepción. Por ello debemos entender su pregunta como retórica, hecha para hacerles recapacitar acerca de su situación, para hacerles reflexionar acerca de cuál había sido la causa por la que habían desandado el camino que los llevó a dejar de lado la mentira cuando se convirtieron. Y esto atañía a creyentes procedentes tanto del judaísmo como de la gentilidad, porque de ambos se nutrían las iglesias de Pablo.
La mentira dominante estaba constituida por el bulo de que el evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo debía ser perfeccionado por ritos y costumbres judaicas. No obstante, en la propia carta a los Gálatas, la mentira aparece también tras otras formas de desobediencia, como ocurre con las obras de la carne (5:19-21). Y es que la mentira es en sí la base de cualquier desobediencia. Por ello, en 2 Juan 1:7, el engañador aparece como la antítesis de Cristo, en quien, según Juan 1:14, habita la plenitud de la gracia y la verdad.
Hoy ruedan a nuestro alrededor muchos bulos, alguno de los cuales ha alcanzado tal predicamento en las iglesias evangélicas que ha sido factor determinante para hacer presidente a quien les ha hecho creer que el migrante es la causa de todos los males del país. Olvidando que, según la Sagrada Escritura, Dios ordena que el migrante sea tan titular de derechos como el natural del país.
No creo que estos cristianos, al igual que los seducidos por los judaizantes, piensen que están desobedeciendo a Dios. Pero sí lo están, lo que ocurre es que se han dejado arrastrar por unos razonamientos que les parecen irreprochables. De ahí que el deseo de Pablo de hacer reflexionar a los gálatas sobre los motivos que los llevaron a la desobediencia, nos alcance a nosotros en estos momentos en los que los migrantes están siendo convertidos en el chivo expiatorio de nuestras frustraciones políticas y religiosas.
Lamentable es que el número de cristianos seducidos por el discurso contra la inmigración haya sido tan alto como ha sido. Pero más aún que entre estos se encuentren no pocos migrantes que, sin darse cuenta de su seducción, ahora están empezando a darse cuenta de que votaron en contra de ellos mismos, lo cual sentimos. Por otro lado, debemos dar gracias a Dios por siervos suyos tan valerosos como la obispo de la catedral episcopaliana de Washington, que confrontó a Trump con la Palabra de Dios en el oficio que cerraba los fastos de su toma de posesión. O los pastores, muy pocos, que han manifestado públicamente su decisión de no dejar que en sus iglesias se practiquen las redadas anunciadas.
David C.
09 de marzo 2025