Pámpanos que dan fruto

La predicación reflexiona sobre la parábola de la viña de Isaías 5 y su aplicación a la vida del creyente, utilizando la imagen de la viña y los pámpanos para ilustrar la relación con Dios y el propósito de dar fruto. Partiendo de una experiencia personal con plantas, se introduce la idea de que Dios, como el dueño de la viña, espera que su pueblo, ahora representado en la iglesia, cumpla con el propósito para el cual fue cuidadosamente preparado.

  • La viña del Señor, que representa a su pueblo, fue plantada con las mejores condiciones: un terreno fértil, protección interna (despedregada y con vides escogidas) y externa (una torre y un vallado), y un propósito claro: dar buen fruto (uvas) para glorificar al dueño.
  • El resultado fue un fracaso: en lugar de uvas buenas, la viña dio uvas silvestres, un fruto que no cumplía el propósito. La culpa no fue del dueño, quien había hecho todo lo posible, sino de la viña misma, lo que llevó a un juicio de desolación.
  • Esta parábola se cumplió en el pueblo de Israel, que a pesar del cuidado especial de Dios, respondió con rebeldía y no dio el fruto de justicia y santidad que se esperaba, lo que resultó en el exilio.
  • Sin embargo, Dios promete una restauración para un remanente fiel (Isaías 27), donde la viña será guardada, regada y dará fruto que llenará el mundo, una promesa que se cumple definitivamente en la obra de Cristo en la cruz.
  • La aplicación para el creyente hoy se encuentra en Juan 15: los cristianos son pámpanos injertados en la Vid verdadera, que es Cristo. Separados de Él, no pueden dar fruto. El propósito es glorificar a Dios, dar el fruto del Espíritu Santo y alimentar a otros proclamando Su palabra.
  • El reto para la iglesia es ser «creyentes que se multiplican», viviendo aferrados a Cristo, permitiendo que el fruto del Espíritu crezca en sus vidas y siendo un testimonio para alcanzar a otros en sus entornos cotidianos (trabajo, estudio, vecindario).

En conclusión, la predicación es un llamado a examinar nuestra vida como pámpanos en la Vid. Dios ha provisto todo lo necesario a través de Cristo—un buen fundamento, cuidado y protección—para que demos fruto. El desafío es permanecer en Él, glorificarle con nuestra vida, desarrollar el carácter del Espíritu Santo y multiplicarnos siendo testimonio allí donde Él nos ha puesto. No se trata de pertenecer a un «club», sino de vivir una unión vital con Cristo, de la cual depende nuestra capacidad para cumplir el propósito divino y evitar la esterilidad espiritual.