MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

En el mundo de la medicina la muerte está siempre presente, sin embargo, los médicos y las enfermeras se distancian de ella a propósito para protegerse emocionalmente. Es una estrategia sana, puesto que no puedes llevarte a casa todo lo que vives en el hospital, pero esto ha causado que, en los hospitales, la concepción que se tiene de la muerte es de algo natural, que tiene que pasar. Se peca de banalizarla en exceso.

Una amiga y yo caímos en la cuenta de esto comentando casos de trasplantados de pulmón en los que algunos pacientes habían salido adelante y otros habían acabado falleciendo. Esas muertes nosotras las veíamos como un número más en una lista, pero nos pusimos a pensar en que, detrás de cada una de ellas, hay una persona a la que una familia echa de menos. Solemos sentir más lástima si las circunstancias de la persona son más dramáticas (que sea niño, que se acaba de casar, que acabe de ser padre, que sea muy joven, etc), pero si se trata de una persona mayor, la muerte se concibe como el siguiente paso orgánico que ha de tomar la persona. 

Así ha de ser en abstracto y así es cómo se consuela a una persona que ha perdido a un familiar. Que la muerte es algo natural, que lo importante es que ha vivido una vida plena, que lo mejor que puedes hacer es recordar a esa persona con cariño… estas palabras no solo suenan (incluso para una persona que no sea cristiana) como una esperanza vacía, sino que además la normalidad con la que se intenta pintar la muerte contrasta con la sensación de desasosiego ante ella, sin importar quién sea el fallecido.

Parece como si, a pesar de lo mucho que se esfuerza la sociedad por hacer de la muerte algo corriente, nunca deje de sentirse como una desgracia ¿Qué importa lo plena que haya sido tu vida? Si lo que haces en esta tierra no tiene ninguna repercusión más que para las personas que vienen después de ti y que acabarán muriendo también ¿por qué esforzarse y tener ambiciones? Si la muerte fuese realmente algo que estuviese en nuestra naturaleza no se sentiría tan contraria a la misma.

En el caso de una persona que no es creyente el hecho de que la muerte es un fallo en el diseño original se evidencia en que no la afronta con la naturalidad con la que en teoría debería hacerlo. En el caso de los cristianos se evidencia en que, a pesar de que deberíamos verla como el paso necesario para estar con nuestro creador y por lo tanto desearla más que nada, nos encontramos con que no es así. Con que pedimos al Señor por salud y por una larga vida. En el retiro de iglesia del año pasado, Lidia Martin abordó este problema con una oración muy sencilla: la muerte siempre es una desgracia.

La muerte es la prueba última de que el ser humano es un ser caído. Un ser destinado a vivir eternamente de la mano de su creador muere envejecido y deteriorado. Un cuerpo perfecto, destinado a estar toda la eternidad adorando a su Señor que termina siendo una cárcel. Una mente ideada para tener una capacidad infinita acaba por consumirse y deteriorarse. El proyecto definitivo del creador del universo se ve reducido a cenizas y miseria, se desintegra y se muere. Y todo, por decisión de la propia creación.

La separación de nuestro diseño original es tan desgarradora y se evidencia de manera tan clara en la muerte que el mismo Jesús rompe a llorar cuando Lázaro muere. Aun sabiendo que él iba a derrotar a la muerte. Aun sabiendo que Lázaro estaría con su Padre. Aun sabiendo que en pocos minutos le iba a hacer salir de la tumba. Lázaro no debería haber muerto nunca. No tendría que haber vivido una vida de sufrimiento bajo este sol tan solo para acabar volviendo al polvo. Esto, consciente o inconscientemente es lo que siente todo el mundo ante la muerte. El consuelo de que la muerte es algo natural nunca terminará de satisfacernos porque nuestra alma siempre dirá lo contrario.

Los cristianos estamos llamados a no entristecernos de la misma manera que se entristece el mundo ante la muerte:

“Hermanos, tampoco queremos que ignoréis qué ocurrirá con los que ya han muerto, ni que os entristezcáis como los que no tienen esperanza” 1 Tesalonicenses 4:13

Nos dice Pablo que podemos entristecernos, que, de hecho, en ningún momento se espera que no lo hagamos. Nuestra tristeza proviene de una comprensión de lo que significa la muerte, pero nuestra esperanza proviene de exactamente la misma razón. La muerte nunca debió existir. Debimos ser seres eternos y nuestra alma anhela esa eternidad de tal manera que se retuerce de dolor ante la idea de morir.

Pero tenemos un Dios que venció a esa muerte. Podemos al mismo tiempo abatirnos ante ella y tener en deseo de estar con nuestro creador. Un creador cuyo Espíritu anhela estar con nosotros más que nosotros con él.  Tenemos la esperanza que nos guiará más allá de la muerte y que nuestra alma descansará al fin dónde siempre debió estar. A su lado, para siempre.

“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aún más allá de la muerte” Salmo 48:13

Jimena L.

28/11/2025