LEVANTAD EN ALTO VUESTROS OJOS

Unas de las cosas que más calma y paz me trasmiten es contemplar el mar. Si está enfurecido y bravo con grandes olas, me recuerda las luchas y tormentas ya pasadas de la vida. En cambio, cuando sus aguas en plena calma parecen un lago y su superficie parece un espejo de cristal transparente, me dice: ya pasó y vuelve la calma, como nos dice Apocalipsis 4:6a (“y delante del trono había como mar de vidrio semejante al cristal”).

Hace unos días, después de una noche de lluvia intensa, me encontraba frente al mar, era temprano y lucía un sol espléndido. La lluvia de la noche había dado paso a un cielo nítido y despejado. Corría un fuerte viento de poniente y el mar estaba bastante embravecido. Mostraba un color azul turquesa muy intenso, brillante, y en el horizonte se dibujaba un semicírculo perfecto que definía y separaba el mar del cielo, éste con un tono azul celeste claro. Pocas veces se ve tan claro dónde termina uno y empieza el otro. El cielo con unas pocas nubes amenazantes de lluvia y el mar salpicado y teñido de motas blancas debido a la fuerza del viento sobre él. Realmente era una imagen preciosa que trasmitía paz y tranquilidad. A mi mente acudieron varios textos bíblicos relacionados con la imagen que tenía enfrente. Y pronuncié en alto: La redondez del mundo.

Esa frase pertenece a una estrofa del himno “La diestra de Excelso”, y la estrofa dice así: “Mi Dios, del universo es la piedra angular; redondez del mundo es de mi Dios altar. Loemos, pues, su gloria con férvida canción, y nuestras voces lleguen a la eternal mansión”. Ese Dios excelso, nos dice Isaías 40:22 que está sentado sobre el círculo de la tierra y desde ahí nos contempla: “Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar”.  Sin duda alguna, vemos la huella de su poder y dominio que repercute en toda su obra, incluidos nosotros. Desde la altura contempla a los moradores de la tierra y somos muy pequeños en comparación con lo que nos rodea.  En este mismo capítulo, el versículo 26 nos dice: “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio”.

Hay momentos cuando nuestros temores y luchas nos recuerdan a ese mar furioso por el fuerte viento que levanta grandes olas y podemos sentirnos muy cansados de luchar contra viento y marea. Incluso de sentir que nuestras fuerzas flaquean y de creer que desmayaremos antes de llegar a la meta. Desde las alturas, el Señor nos contempla; y es entonces cuando nos dice: Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas. Deberíamos levantar más veces la mirada al cielo, porque así recordaremos quién nos creó y quién nos sostiene. Levantemos nuestros ojos al cielo, miremos y contemplemos la belleza de su grandeza, sabiendo que “él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”. A los que en él esperan les dice que recibirán nuevas fuerzas y alas como de águilas para remontar y volar. Se les soltarán las ataduras de las piernas y correrán sin cansarse recorriendo el camino sin fatiga alguna. Eso nos dice el final del capítulo 40 de Isaías.

Josefina M.

4 de mayo 2025