Para algunos en nuestro país y muchísimos más en otros países la religión pura y sin mancha parece consistir en machacar al extranjero. Los más exaltados no se conforman con machacarlos, sino que, directamente, hablan de hundirlos en el fondo del mar.
Pero la palabra de Dios no dice que esa sea la religión por él querida. Santiago dice que la religión sin mancha delante de Dios Padre es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo.
En el A.T. añade a estos dos colectivos el de los extranjeros. Y con una contundencia mayúscula: “la misma ley ha de regir para el natural y el extranjero que habite entre vosotros” (Ex 12:49). Explícita por sí misma, esta cita no se refiere sólo al cuerpo legal que debía regir para unos y otros, sino que abarca también el hecho de que no se les debe rechazar por el hecho de ser extranjeros: “al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Ex 22:21); o también: “al extranjero no oprimirás, porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Ex 23:9).
Santiago, a diferencia del Antiguo Testamento, no menciona al extranjero. Nada, sin embargo, nos autoriza a pensar que Santiago los excluye. Simplemente no los menciona porque el evangelio no es la palabra de Dios para un estado o nación, sino para todos independientemente de su etnia o lugar de nacimiento.
En el libro de los Hechos, Pedro dice: “sabéis cuán abominable es para un judío juntarse o acercarse a un extranjero, pero Dios me ha mostrado que a nadie llame común o impuro” (Hch 10:28). Hoy no se llaman impuros a los extranjeros en un sentido teológico, pero se les tiene como apestados sociales por considerarlos causa de todos los males que nos aquejan; no solo de los reales, que algunos hay, como también ocurre con los nacionales, sino con los que se les endosan maliciosa e hiperbólicamente.
Pablo dice lo mismo con esta otra frase: “ya no hay bárbaro ni extranjero” (Col 3:11), porque el bárbaro era a los griegos exactamente lo mismo que el gentil a los judíos. Se llame como se llame, lo que Pablo nos dice es que no deben generarse barreras en función de la extranjería de las personas. Y por una razón muy poderosa: “Cristo es el todo y en todos” (Col 3:11).
Seguro que ninguno de nosotros ha protagonizado ninguna acción recriminable según la palabra de Dios en relación con el extranjero, pero no se trata sólo de eso; se trata de que no debemos comulgar con dichas ideas, de que debemos pensar conforme a los que Dios nos pide en su palabra.
David C.
07 de septiembre 2025