“Todo lo hizo hermoso a su tiempo, y ha puesto la eternidad en el corazón de ellos” Eclesiastés 3:11
Siempre he pensado que mi odio hacia el cambio venía de un miedo a la falta de control. El cambio de etapa, de entorno, de amistades… y siempre he achacado el vértigo que sentía pensando en el mañana a la incertidumbre que trae consigo, a no ser capaz de predecir o controlar aquello que llegara.
Ahora que he crecido, me he dado cuenta de que ese sentimiento no era miedo, sino tristeza y que no venía por el cambio en sí, sino que era nostalgia por aquello que dejaba atrás.
Casi siempre ha dado igual si el cambio era para bien o para mal, porque el simple hecho de que aquella época pasada fuera irrecuperable me hacía añorarla.
Estoy segura de que la mayoría ha deseado que instantes de nuestra vida hubiesen durado para siempre, debatiéndonos entre esa dicha pasada y la que puede que estemos experimentando ahora. Pero, ¿Qué utilidad tiene la nostalgia en seres que fueron diseñados para vivir eternamente? ¿Qué explicación le damos al “ojalá hubiese disfrutado más este momento”? ¿Cómo se puede disfrutar “más” de un instante finito?
La única explicación que he logrado encontrar yo es que la eternidad exista en nuestros corazones, aquella que ansiamos, no es solo la eternidad de una vida o del alma, sino la de un instante.
Tal vez, en el cielo, una de las muchas bendiciones que tengamos sea la de vivir instantes felices eternamente. Nunca echaremos de menos ni añoraremos nada, porque podremos disfrutar de todo para toda la eternidad.
Tal vez el ser humano fue creado para regodearse por siglos de las cosas más pequeñas y la poesía, el arte, o la fotografía sean solo un vago intento de acceder a nuestra verdadera naturaleza: seres que disfrutan para siempre de todo.
Mientras estemos bajo este sol nunca podremos pararnos en las cosas pequeñas sin sentir que nos roban el tiempo de las cosas grandes, o de las que nosotros consideramos grandes. Cualquier momento bueno siempre estará manchado por el fin del mismo. El verdadero descanso será pararse sin temor a que el tiempo nos consuma porque sabremos que nunca nos quedaremos sin él.
Nosotros mismos somos solo instantes en la eternidad, pero Dios nos eleva hasta hacer nuestra existencia infinita poniéndonos en el centro mismo de su plan y creación a cada uno de manera individual, haciendo de un momento determinado, como fue la resurrección de su hijo, un momento eterno, que sirviese para salvar a las personas por todos los siglos, habidos y por haber. Porque tengo la firme convicción de que Cristo resucita cada vez que alguien viene a la luz del evangelio.
No llegaremos a comprender nunca lo hondo de la eternidad escrita en nuestros corazones hasta que estemos gozando de ella en compañía de nuestro Padre, pero a mi me basta de momento con dar explicación al vuelco que me da el corazón cada vez que pienso en algún momento del pasado. Llegará el día en el que podré quedarme en él todo el tiempo que quiera.
Jimena L.
Domingo 14 de septiembre 2025