“Mas ahora que habéis sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.”
Romanos 6:22
Cuando era niña, a mi madre le regalaron un cactus trepador con tramos alargados y algunas espinas muy cortas salpicadas por ellos. Se hizo muy grande, ocupando una valla de unos seis metros de largo. Lo más espectacular eran sus flores blancas, muy grandes y con un perfume suave, pero de muy corta duración. Llamaba la atención de cualquier viandante cuando sus flores aparecían. En años vimos un fruto y no sabíamos muy bien si era comestible o no. Nunca supimos el nombre de esa planta hasta unos años después, cuando aparecieron unos frutos exóticos llamados frutos del dragón o pitahaya. Aquella planta la derribó un fuerte viento y no pudimos recuperarla, pero sí pudimos sembrar un esqueje que sigue dando sus bellas flores y algunos frutos. Lo sorprendente de esta planta es que, para producir fruto, ha de ser polinizada manualmente con polen de otra planta.
Jesús, en sus parábolas, pone ejemplos sencillos, muchos relacionados con las costumbres propias de las labores del campo. Así, usa el ejemplo de los frutos que puede dar un árbol u otro, para comparar nuestro comportamiento, como en este versículo de Lucas:
“No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por sus frutos; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se cosechan uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Lucas 6:43-44
Nuestra forma de ser y cómo nos comportamos dice mucho de nosotros. Porque, si decimos una cosa y hacemos otra, se nos valorará de manera distinta a si cumplimos con lo que hemos dicho. Así, nuestro fruto será bueno o malo para los demás según la percepción que reciban de nosotros. Vivir genuinamente, a veces sin apenas palabras, puede ser más convincente para los que nos rodean que una palabrería vacía y sin un comportamiento correcto. Podemos ser muy devotos y cumplidores ante la mayoría, pero cuando surge la ocasión y un hermano se ha dado la vuelta, tendemos a la crítica. Algo falla: podemos ser bellas flores, pero sin llegar a cuajar el fruto, como le pasa a mi pitahaya.
Todos fallamos de alguna manera u otra; nuestro viejo hombre nos acompaña toda la vida y nos hace caer mucho más de lo que quisiéramos. A veces pensamos que una pequeña mentira o unas palabras despectivas contra alguien no tienen importancia; creemos que un error pequeño no puede ser considerado pecado. Pero para el Señor no hay medidas de pecado: pecado es pecado. Él no lo mide en grandes, medianos o pequeños; simplemente le desagrada, sea cual sea nuestra falla. Y es entonces cuando nuestros frutos serán malos o ningunos.
Solo una vida comprometida y dependiente de nuestro Señor Jesucristo dará buenos frutos. En 1 Juan 2:5 nos dice: “Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por eso sabemos que estamos en él”. Y si estamos en Él, será cuando se podrá decir que se nos conoce por nuestros buenos frutos y nuestras vidas serán de ejemplo para otros. Jesús fue y es nuestro mejor ejemplo, y debería ser nuestra meta a seguir, siendo señalados por nuestro buen hacer, como nos dice el versículo 6 de este pasaje de 1 Juan: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.
Procuremos permanecer junto a Él, para que nuestros frutos sean verdaderamente buenos y de ejemplo a los demás, como dijo Jesús en Mateo 7:20: “Así que, por sus frutos los conoceréis”.
Josefina M.
09 de noviembre 2025
