LA BARRA

Antes de conocer a Jesús personalmente, la barra siempre estaba demasiado alta. Me esforzaba mucho por alcanzarla, y a veces incluso llegaba a rozarla; pero siempre me quedaba corta. Nada era suficiente nunca. Yo no era suficiente.

Buscaba validación en todas partes, lo que fuera para poder alcanzar la barra. Intentaba ser la mejor en todo, dejaba que otros sujetaran la barra y la pusieran todo lo alta que quisieran, y yo siempre intentaba alcanzarla. Pero siempre volvía a alejarse.

Parecía que, a pesar de mis mejores esfuerzos, nunca estaba a la altura. Fuera lo que fuera que emprendiese debía sobresalir, porque esa era la única manera de demostrarme que era suficiente y, tal vez, si me esforzaba mucho, algún día llegaría a esa maldita barra.

Encontrarme con Jesús fue como estar con él mirando la barra y decirle: “pero es que no llego”. Entonces él la cogió y pensé que la iba a subir aún más; pero en lugar de eso, la partió y la tiró a mis pies.

“No hace falta que lo hagas”.

Jimena L.

27 de abril 2025