“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece Filp. 4.13”
“Ahora Pues, oh Dios, fortalece tú mis manos Neh 6.9”
Todos conocemos este episodio en la historia de Israel cuando regresando del exilio, el pueblo de Dios comienza a instalarse de nuevo en su tierra. El libro de Esdras nos cuenta la historia del primer retorno desde Babilonia así como lo que fue la reconstrucción del templo y luego está el libro de Nehemías. En este caso, Nehemías tiene que hacer frente a una misión cuando menos desafiante: levantar los muros caídos de la ciudad y reparar sus entradas destruidas tras varias invasiones, pero además hacerlo poniendo de acuerdo al pueblo y enfrentar la oposición de algunos que no veían con buenos ojos la reconstrucción. La tarea era ardua, en lo físico pero también en lo mental y lo emocional. Una tarea llena de obstáculos y amenazas de aquellos que no querían que sus esfuerzos prosperaran. Enfrentar estas adversidades pudo haber dejado a Nehemías agotado y vacilante, al borde de la desesperanza y con recursos muy limitados para seguir adelante.
Aún así, Nehemías no se rindió. Reconociendo que la situación lo superaba, se dirigió a Dios en busca de ayuda inmediata, posiblemente sin pensar tanto en el futuro, como en el presente y en el momento urgente que vivía. Así que su oración fue sencilla pero profunda: pidió a Dios que le diera la fuerza que él no tenía, reconociendo que solo Dios podía sostenerlo donde sus propias fuerzas no alcanzaban. “Ahora pues, oh Dios, fortalece tú mis manos”
Esta breve súplica subraya la importancia de acudir a Dios justo cuando lo necesitamos. Muchas veces las dificultades nos hacen sentir indefensos y sin medios para enfrentar los problemas y desafíos, pero el mensaje es claro: Dios provee lo necesario, sin importar la magnitud de la lucha ni el vacío de nuestros propios recursos. Los malos momentos pueden tomar ventaja sobre nosotros, los amigos pueden fallar, las circunstancias de la vida nos pueden sobrepasar, la tristeza puede inundarnos, pero el poder para seguir adelante viene de Dios quien nos acompaña en lo que el salmista describe como “el valle de sombra de muerte”.
Él nos conoce mejor que nadie; sabe cuántas fuerzas necesitamos y hasta dónde llega nuestro dolor. Lo que desconocemos de nuestro destino, Él ya lo ha visto, y todo lo que enfrentaremos está bajo su mirada. Incluso cuando los tiempos sean favorables y creamos no necesitamos tanto apoyo, Él sigue presente y atento a cada uno de nuestros pasos. No bastan los buenos deseos o la fuerza de voluntad; lo esencial es reconocer que siempre podemos acudir a Él y recibir lo que nos hace falta en cada instante cuando nuestras fuerzas decaen y creemos que la prueba es demasiado grande para nosotros. Yo no me imagino haciendo lo que Nehemías logró. Pero el secreto no está en Nehemías, sino en Dios trabajando a través de él.
Por todo esto, en la intimidad y el silencio, se repite la oración que surge del corazón: “Ahora pues, oh Dios, fortalece tú mis manos” Es una declaración de fe y de confianza en el amor de Dios, quien jamás nos abandona.
Juan Antonio R.
Domingo 2 de noviembre 2025
