Pasamos los días y las horas inmersos en toda la larga lista de cosas que tenemos que hacer. Cuando, por alguna razón poco frecuente, esa lista se vacía, acabamos buscando otra cosa que hacer porque, ya que me ha quedado un hueco libre, tendré que “aprovechar el tiempo”.
Últimamente, en conversaciones con amigos, con gente de mi entorno, con pacientes… me he ido dando cuenta de lo difícil que a todos nos resulta el descanso, el saber parar. Parece que parar implica no estar exprimiendo el día a día al máximo.
Siempre he bromeado con la gente de mi alrededor cuando me cuentan historias de momentos en los que se encontraron con gente famosa sobre el hecho de que a mí se me podría sentar en el autobús al lado de la persona más famosa del mundo y, probablemente, no me daría cuenta. Aparte de ser una persona bastante distraída, suelo ir normalmente ocupada en algo, o miro el móvil o escucho música o estoy leyendo.
Está muy bien la productividad, pero, ¿cómo voy a ser capaz de conectar con Dios si no me desconecto primero del resto?
El otro día leí una historia sobre un bar que abrió sus puertas y, poco tiempo después, tenían tanta demanda que no podían recibir visitas hasta meses más tarde. ¿Qué tenía de peculiar? En este bar no se servía alcohol. Se podía pedir un té, un café, un refresco, pero no alcohol. La música tampoco estaba demasiado alta. Además, en el establecimiento sólo se podían mantener conversaciones profundas. No se podía, por ejemplo, hablar del trabajo. Cada mesa tenía tarjetas con preguntas que hacer en caso de no saber de qué hablar. ¿Qué hacía que este bar fuera tan exitoso? El dueño, tras muchos años de observar a las personas de su alrededor, había llegado a la conclusión de que lo que la gente más anhelaba era mantener conversaciones de verdad, conectar con otros, hablar de temas profundos y significativos.
En el silencio encontramos inspiración. En las conversaciones profundas encontramos a otras personas y, muchas veces, nos encontramos a nosotros mismos. Y, en la conexión con Dios, en el silencio, en la conversación con Él, nos encontramos con Su Voz.
Igual alguna vez os ha ocurrido como a mí y, cuando le habéis pedido algo a Dios, habéis deseado que la respuesta fuera tan clara como un cartel con luces de neón puesto delante de vosotros. Lo curioso es que, en el silencio con Dios, en la conversación con Él, en ese lugar sin distracciones, sin trabajo, sin otra ocupación, ignorando esa larga lista, ahí puedes escucharle tan claro como si estuviera delante de ti.
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” – Mateo 7:7-8.
Nada ha enriquecido más mi relación con Dios que esos momentos de silencio, de quietud y de descanso. Os invito a probarlo, a buscar, a pedir y a llamar, sin hacer nada más.
Paula A.
Domingo 16 de noviembre 2025
