Hay dos cosas que nos son muy fáciles: decir que Dios lo tiene todo en su mano y que Él sabe lo que es mejor para nosotros y no soltar el volante mientras lo decimos.
Creo que uno de los motivos es que entre mis planes y los de Dios hay un salto de fe, ya que no sabemos lo que va a ocurrir y eso no nos gusta nada, por lo menos a mí.
Aún así, tenemos ejemplos en la Biblia (todos, de hecho) de cómo las decisiones que, en un inicio, parecían ciegas, eran en realidad parte de un plan perfecto. Ejemplos como el de Rut que deja a su familia y su cultura y todo lo que cree para irse con su suegra tras la muerte de sus maridos para, finalmente, ser el inicio de generaciones que derivarían en el nacimiento de David y, finalmente de Jesús. O como el de Moisés, al que Dios guió por un camino que, a vista de cualquiera resultaba una locura, pidiéndole que confiara, y, Moisés dio ese salto de fe cumpliendo lo que Dios había planeado.
Lo cierto es que nosotros no vemos todo, de hecho, miramos tan de cerca que movemos nada, como cuando vamos mirando el móvil y nos chocamos. Un muy buen ejercicio para darnos cuenta es echar la vista atrás y ver esos momentos que, nos pareció que tomar una decisión que sentíamos como acorde a lo que Dios quería para nosotros podía no salir bien y, sorpresa para nadie, salió bien.
La realidad al final es que es muy sencillo decir que los planes de Dios son perfectos, que hacer Su voluntad aunque no lo entendamos nos va a llevar a lo mejor ya que Él puso en nosotros esos deseos y sueños, y luego, como decía al principio no soltar el volante. ¿Y si nos recordamos lo que ya ha ocurrido en nuestra vida? ¿Y si pensamos en estas historias de la Biblia, que están ahí para enseñarnos? ¿Y si me recuerdo que, en efecto, Dios tiene plantes para mí, para crecer, para darme un futuro y esperanza (Jeremías 29:11)?