CUANDO ALLÁ SE PASE LISTA

Hay un coro que se cantaba unos sesenta años atrás que decía así: “Con letras de oro escrito está/ escrito está/ escrito está/ escrito está/ Con letras de oro escrito está/ mi nombre más allá/ Más allá, mi nombre escrito está/ Más allá, mi nombre escrito está/ Con letras de oro escrito está mi nombre más allá”.

También se cantaba un himno cuyo coro decía: “Cuando allá se pase lista/ Cuando allá se pase lista/ Cuando allá se pase lista/ Cierto estoy que por su gracia yo estaré”.

¿Puedes cantar tú lo mismo? La pregunta no puede responderse a la gallega; es decir, no puede responderse diciendo aquello de que si no lo sé cómo lo voy a cantar. Porque la pregunta trata de hacerte reflexionar sobre si tienes la certeza de poder recitarlo con total convencimiento, en el caso de desconocer la melodía.

A diferencia de otros cantos que son una oración, estos no lo son. Son una proclama, una afirmación rotunda. La contundente expresión de una fe que depende de una sola cosa: de la confianza depositada en las promesas que encontramos en la palabra de Dios.

¿Hay evidencia de un más allá como el que la Biblia nos enseña? ¿Hay evidencia de una entrada en la vida eterna? ¿Hay evidencia de una resurrección, tal cual la creemos? No. No hay ninguna evidencia o prueba respecto de tales cuestiones.

Hoy hablamos mucho de la ciencia y la invocamos o la rechazamos para dar o negar credibilidad a ciertas creencias. Sin embargo, en este tema, no ha hecho falta que llegara una ciencia tan avanzada como la que tenemos hoy en día, para saber que de allí no vuelve nadie. Realidad que, por otro lado, subyace con total claridad en la parábola del rico y Lázaro (Mc 16:19-31). Por ello, todo lo relacionado con ese más allá resulta increíble para los que, como Tomás, necesitan ver para creer.

Estos cantos descansan sobre eso que la Biblia llama “el libro de la vida”. Ese libro en el que Dios anota el nombre de los que han creído en él, de modo que es el registro que sirve de base para pasar lista en aquel día final, en aquel día en que suene la trompeta del Señor.

Ahora bien, lo que en Flp 4:3 y Ap 3:5; 20: 12, 15; 22:19 se describe como el libro de la vida, qué es realmente: ¿un monolito, tablas de arcilla, rollos, libros como los que no se conocían en la época en que estas palabras se escribieron, un disco duro como que, a día de hoy, es el artilugio más reciente y con mayor capacidad de almacenaje? o, simplemente, son metáforas y no hay nada de esto, porque el ser de Dios no lo precisa.

Yo, particularmente, no preciso creer literalmente en la existencia de un libro con mi nombre, ya sea en letras de oro o con tinta de la más barata, ni cuál será la forma concreta o la ubicación de ese más allá. Me sobra con saber que Dios está por encima de todo esto, y que, como tal, se basta y se sobra para conocer el nombre de cada una de sus ovejas (Jn 10:1-3), para no permitir que se les despisten (Mt 18:12-14), y para que no se las arrebaten (Jn 10:28).

Por eso, y sin olvidarme del dicho de Jesús que hace bienaventurados a los que creen sin ver, puedo cantar con total certeza y a pleno pulmón que mi nombre está escrito con letras de oro en el libro de la vida y que cuando allá se pase lista, yo feliz responderé. Estoy seguro que muchos en esta mañana también pueden cantarlo así. ¿Puedes tú también?

David C.

23 de noviembre 2025