Cuando Jesús murió en la cruz, pagó por los pecados de la toda la raza humana. Sin embargo, sólo aquellos que creen en él pueden recibir ese amoroso regalo. El sacrificio de Cristo es suficiente para todos, pero es efectivo sólo para aquellos que ponen su confianza en él.
Cuando el Señor Jesús fue colgado en la cruz, dos malhechores fueron crucificados junto a él. Uno de esos hombres sufre condenación en el inferno para siempre. El otro ya disfruta de un lugar con Cristo por la eternidad. Sus actitudes contrapuestas hacia el hombre que estaba en la cruz en medio de ellos marcaron la diferencia.
Uno de los malhechores recriminó al Señor con incredulidad: “¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Lucas 23:39). El otro, sin embargo, clamó con fe: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino” (Lucas 23:42). Fue a éste a quien Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
¡Qué maravilloso es que el Señor Jesucristo sufriera y muriera de forma voluntaria para redimir a un mundo pecaminoso y perdido! Él fue herido por nuestras transgresiones: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas”(Isaías 53:6); ¡pero bendito sea Dios, que hizo que cayera sobre Jesús la iniquidad de todos nosotros!
Todos estamos representados por alguno de estos dos malhechores. O creemos en Cristo o lo rechazamos. Nuestro destino eterno depende de nuestra decisión. Jesús dijo de sí mismo: “El que en él cree (Jesús), no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan 3:18).
Cristo fue entregado por nuestros pecados para que nosotros pudiéramos ser libres de ellos.
Pedro A.
6 de abril 2025